Martín: El pintor y sus vicios

Martín
Una noche Javier García decidió visitar a su amigo Martín Villacís, un pintor que era muy famoso años atrás y que por cuestiones de sus propios excesos su carrera vino en declive. Al llegar al edificio subió hasta el décimo piso en donde se ubica su pequeño departamento. Estando frente a la puerta tocó y tocó, llamó, gritó y Martín no contestó nunca. A Javier esto le pareció raro, porque Martín casi nunca salía a ningún lado, le gustaba estar en casa, pintando sus cuadros durante todo el día, recluído voluntariamente en su soledad. Martín sólo salía con Javier y con Beto, que eran sus mejores y únicos amigos, algo así como su familia. Javier ya preocupado empezó a golpear la puerta cada vez con más violencia, dio puñetazos y patadas, hasta que logró abrir e ingresar al departamento, encontró a Martín tirado en el piso, desnudo, estaba boca abajo, inconsciente, casi agonizante, su nariz sangraba con solo respirar, al parecer ya no pudo más con tanta cocaína, era una escena deprimente. Martín estaba casi muerto por consecuencia de la angustia y del abandono de sí mismo. Javier se acercó a él, lo trató de levantar y notó que su aliento era tan fuerte que se confundía con el olor del ambiente, todo olía a vómito, orina y mierda, era hediondo y repulsivo. El piso estaba apolillado y el parqué se levantaba por tanto excremento y alcohol derramado. No era exagerado decir que su cuerpo estaba en pleno proceso de descomposición estando aún con vida. Martín había tocado fondo.

La habitación no tenía muebles, cortinas, ni adornos, sólo una infinita sensación de dolor y soledad, en una de las esquinas, amontonados, se dejaban ver unos cuadros ya terminados y otros a medio hacer. Javier trataba de hacerlo reaccionar hablándole, dándole cachetadas, sacudiéndolo, pero Martín no volvía en sí.

Mientras que en su inconsciencia Martín sólo recordaba que esa mañana había despertado, fue al baño, se miró en el espejo roto y vio a un ser flaco, ojeroso, sucio y demacrado. Se quedó mirándose a los ojos rojos e hinchados por casi media hora, pensando y haciéndose la pregunta que si alguien alguna vez lo quiso, su madre, su padre, Javier, Beto o alguien. Se apoyó sobre el lavatorio, abrió el grifo y se humedeció la cara, no tenía con que secarse. Decidió bañarse después de dos semanas, abrió la ducha y se lavó el cuerpo sin jabón, la piel escamosa y polvorienta se iba remojando de a pocos. El agua estaba fría. Martín tiritaba abrazándose a sí mismo. Luego cerró la llave, recostó su espalda contra la pared y lentamente se dejó caer hasta el piso de la tina y se quedó en posición fetal, llorando como un niño y lamentando su terrible situación. “Ya lo he perdido todo” se dijo.

Lloraba sin encontrar consuelo alguno, esperando un abrazo, una toalla o alguna palabra de cariño, pero el frío silencio, el espanto de su alma y ese hediondo departamento no podían ofrecerle nada más. Tirado en la tina cogió un pomo con polvo y comenzó a meterse rifles de coca por la nariz como queriendo acabar con su vida. Martín volvió a drogarse más que nunca, intentó matarse de una sobredosis pero no logró su cometido.

Ahora estaba en brazos de su mejor amigo Javier, un amigo que era como su hermano, su única familia, quien lo llevaba cargando hasta algo que parecía ser su cama, un colchón mugriento, lleno de manchas de vómitos y semen. Javier limpió a Martín, lo vistió e hizo dormir. Martín se sintió mejor, recuperado y fortalecido por la compañía de Javier.

Esa misma noche soñó que era un ángel, de su cuerpo emanaba luz, ya no tenía marcas en la piel de ningun tipo, no sentía dolores ni soledad, por primera vez era libre de sus propios demonios.